La filosofía de Mies Van der Rohe transformó la arquitectura del siglo XX. Sus obras, rotundas y absolutamente minimalistas, enseguida se convirtieron en iconos de la modernidad. Esta semana te invitamos a sumergirte en el “universo mies” para descubrir que todavía nos queda mucho por saber del genial arquitecto alemán. Si quieres conocer algunos detalles que han permanecido escondidos tras el mito, quédate con nosotros.
La mayor parte de los grandes arquitectos contemporáneos coinciden en citar como referente a Mies van der Rohe. Su estilo rupturista, tan personal como difícil de imitar es toda una inspiración para cualquier profesional que busque dotar a sus obras de una personalidad propia. Sin ir más lejos, para Joaquín Torres, arquitecto de nuestros residenciales The Collection y Oasis 325, Mies supuso el descubrimiento de su vocación: “Les pedí -a la familia con la que convivía en Washington- que me llevaran a ver La Casa de la Cascada de Frank Lloyd Wright y la obra de Mies Van der Rohe en Chicago. Me gustaron ambas muchísimo, y me di cuenta de que quería ser arquitecto”.
No es extraño que muchos arquitectos célebres no estudiasen arquitectura, o que se formaran de manera autodidacta a lo largo de su juventud, colaborando en estudios de arquitectura. Es en esos orígenes donde encontramos algunas anécdotas que marcaran toda una vida. En el caso de Mies, sin lugar a dudas, la profesión de su padre, cantero, influyó en el cuidado que ponía al elegir y tratar los materiales. Una profesión que él mismo ejerció durante su juventud en compañía de su hermano, con quien trabajo la piedra para elaborar lápidas y chimeneas.
Gracias a su empeño y a su capacidad de esfuerzo, Mies compaginó el trabajo familiar con sus estudios de matemáticas, construcción y dibujo, hasta que obtuvo un puesto como dibujante en el estudio de Albert Schneider. Su trabajo consistía en dibujar ornamentos, todos distintos, a cada cual más complejo. ¿El resultado? Previsible: nuestro protagonista no quiso volver a dibujar ni uno más en toda su vida.
En muchas ocasiones se ha sacado el tema de Mies y los nazis. Pero, ¿hasta qué punto comulgaba con los preceptos del nacional socialismo? Si bien es verdad que firmó el manifiesto patriótico de intelectuales en apoyo de Hitler, algo que le supuso cierto descrédito en la Bauhaus, sus intenciones eran más bien pragmáticas. Mies quería materializar sus grandes proyectos urbanísticos y la visión rupturista y megalómana de los nazis parecía la oportunidad perfecta. También las palabras de Hitler acerca de “un funcionalismo claro como el cristal” prometían un futuro que nunca se cumplió. No solo porque Alemania perdió la Segunda Guerra Mundial, sino porque el fürher se dejó seducir por el pastiche neoclásico de Albert Speer. Una buena razón para largarse de Alemania justo a tiempo.
La llegada de Mies a los Estados Unidos coincidió con su contratación para dirigir la renovación de la escuela de arquitectura del Illinois Institute of Technology. Otra buena razón junto a Albert Speer para salir de su país. Eso y la posibilidad de conocer a su admirado Frank Lloyd Right, quien al contrario que hizo con Le Corbusier o Gropius, lo recibió con una cordialidad fuera de lo habitual en el genial arquitecto estadounidense. Al final, resultó que la admiración era mutua.
Sin embargo, no todo fueron éxitos. Durante la primera década de su exilio, solo recibió un encargo. Y, por si fuera poco, provenía de su propia universidad: el diseño de un plan urbanístico para el campus; un proyecto que, con el tiempo, se convirtió en un modelo capaz de adaptarse a las necesidades de crecimiento de la institución y en el que destaca el maravilloso Crown Hall.
Cuando Mies asumió la dirección de la Bauhaus, muchos de los alumnos se opusieron por considerarlo demasiado esteticista, en contraposición al funcionalismo del anterior director, Hannes Meyer. Y no debían de andar muy desencaminados, porque está claro que la ausencia de ornamento no tiene nada que ver con descuidar la estética. Más bien al contrario. La exquisitez de los materiales empleados, llevaron al arquitecto alemán a cometer excesos como el de la casa Tugendhat, en la que solo su tabique de ónix costó lo mismo que un bloque de viviendas sociales de la época. Una anécdota que, sin embargo, lo separa del resto de racionalistas y su concepción social de la arquitectura moderna.
Pero, en el caso de una de sus obras más icónicas, la casa Farnsworth, el problema no radicó en el coste, sino en el terreno escogido. Cuando Edith Farnsworth persiguió a Mies para que le hiciera su refugio en el bosque, ni se le pasó por la cabeza la posibilidad de que iba a terminar denunciándolo. A la incómoda indiscreción tan característica de la construcción, se sumaron las continuas inundaciones por las crecidas del rio Fox. En cuanto al juicio, lo ganó Mies. Su defensa, tal cual señala Paul Davies, fue : “Ella esperaba que el arquitecto fuera con la casa”. Ahí es nada.
En 1961 Edith vendió su propio capítulo de la historia de la arquitectura: “En esta casa, con sus cuatro muros de cristal, me siento como un animal al acecho, siempre alerta, siempre inquieta”. Mies no es para todos los públicos.
Fotos: Jason Rwoods,I2WP, 2BP, Images.adsttc. Esquare Espace.