La semana pasada falleció el genial I. M. Pei. Muchos lo conoceréis por ser el arquitecto de la famosísima pirámide del Louvre, o por haber recibido el premio Priztker en 1983. Sin embargo, a lo largo de sus 102 años de vida tuvo el tiempo y el tesón para conseguir muchas más cosas. Hoy te contamos algunas de ellas.
Para empezar, hablaremos precisamente de su edad. Porque llegar a los 102 años tiene una ventaja fundamental: que tus profesores sean el mismísimo Walter Gropius o Marcel Breuer; dos de los arquitectos más importantes de la Bauhaus, recién exiliados de la Alemania nazi y dispuestos a seguir difundiendo su filosofía en la prestigiosa universidad de Harvard, justo donde andaba Pei en los años 40, después de haber pasado por el MIT.
De ellos aprendió las premisas del movimiento moderno, del racionalismo, o del estilo internacional. Lo llamemos como lo llamemos, lo importante es la premisa que identifica a la Bauhaus: el estilo sin estilo que proclamaba Gropius; la voluntad de llevar el diseño a su máxima expresión, es decir, al equilibrio perfecto entre forma y función. Nada sobra y nada falta. Un equilibrio en el que no siempre menos es más, sino que menos será más cuando necesitemos menos y más será más cuando necesitemos más. La actitud es eliminar lo accesorio y encontrar la belleza en la pureza de las formas, en lo esencial. Y, en esto, Pei era todo un maestro.
En consecuencia, no guarda una estética definida, sino que se adapta a las necesidades de cada proyecto. Atiende a su uso, al cometido del edificio, a su contexto; y, gracias a ello, se reinventa una y otra vez; desde el Gulf Oil Building de 1948, hasta el Museo de Arte Islámico de Doha, sin olvidar el ayuntamiento de Dallas. Toda una lección de arquitectura contemporánea de la mano de un solo arquitecto. ¿Echamos un vistazo?
En 1948, recién salido de Harvard y de las clases con Gropius y Breuer, Pei levanta su primer proyecto: el Gulf Oil Building. Lo que vemos es racionalismo clásico en estado puro. Ecos de Mies van der Rohe en un edificio rectilíneo, horizontal, que alterna en una estructura metálica el cristal con el mármol. Un edificio de oficinas de bajo presupuesto para el gran magnate inmobiliario William Zeckendorf, en el que colabora con su alumno Henry Cobb. Sin embargo, lamentablemente en 2013 el edificio original fue demolido, aunque la fachada y parte del interior han sido conservados, restaurados e integrados en el nuevo complejo residencial y comercial.
Hace algún tiempo, os contábamos en este post, que el brutalismo es una evolución del racionalismo. En realidad, la evolución lógica: una vuelta a la esencia, hasta el punto de dejar desnuda la estructura. En este proyecto de 1978, Pei hace suya esa concepción del brutalismo, siempre sin perder de vista la funcionalidad del edificio. Una buena muestra de ello, la encontramos en su forma de pirámide invertida. No se trata de un capricho estético, sino que responde por completo al planteamiento utilitario del edificio: en la planta baja se sitúan las dependencias de atención al público, espacios que requieren mucho menos espacio que las oficinas situadas en las plantas superiores. Además los voladizos también sirven para proteger a los usuarios del clima extremo de la ciudad, un clima y una ubicación que también determinó el tono ocre escogido para el hormigón.
En 1985 Pei diseñó un símbolo internacional del poder de su China natal. Nacionalizado estadounidense desde 1955, este proyecto, el arquitecto recupera uno de los elementos más característicos de la tradición china, el bambú, a partir del cual traza la estructura geométrica que define la identidad del edificio. Una estética que resulta vanguardista a día de hoy y que lo ha consolidado como un icono arquitectónico de Hong Kong. Con sus 367 metros de altura, fue el edificio más alto de Asía hasta 1992 y el primero fuera de Estados Unidos en superar la barrera de los 300 metros.
Pei será recordado como el arquitecto de los museos: empezó con la difícil tarea de ampliar el Museo de Arte de Des Moines proyectado por el padre de Eero Saarinen; amplió también la Galería Nacional de Arte de Washington, con el soberbio Edificio Este; diseñó el Museo Miho en Kioto y revolucionó un país entero con la controvertida pirámide del Louvre. Y aún hay más. Pero fue a los 90 años cuando afrontó la construcción del Museo de Arte Islámico de Doha, una cultura sobre la que, según su propio criterio, no conocía lo suficiente. Para solucionarlo, viajó y se empapó de las tradiciones y la arquitectura del desierto, con sus celosías y sus juegos de luces y sombras. En su último gran proyecto, Pei vuelve a la geometría y reinterpreta las formas de la mezquita cairota de Ibn Tulun. El resultado es una actualización de la arquitectura islámica clásica, con sus rotundos volúmenes exteriores y sus lujosos y aéreos interiores, llenos de arcos, bóvedas, cúpulas y grandes espacios diáfanos.
Fotos: Wikipedia, Dezeen, James Travel, Wall Street Journal, LifeStyle Magazine, Behance, Ibraaz.