Nuestro primer Pritzker ganó el premio en 1996, cuando su carrera ya había recorrido un camino marcado por la evolución y la innovación constante. Sin embargo, Moneo no ha sido nunca un arquitecto estrella. No quiere ver crecer sus edificios por encima de su utilidad, una manera de pensar que lo ha llevado a calificar el Guggeheim de Bilbao de “edificio simple”. Aunque pueda parecer atrevido, si analizamos su trayectoria, veremos que, en efecto, sus proyectos se alejan del “gran despliegue formal” que critica en museo de Ghery.
Sus primeras obras, como la casa Gómez Acebo, o el Edificio Urumea, en el que se entrevé la influencia organicista de Sáenz de Oiza, son una buena declaración de intenciones para un arquitecto al que muchas veces se le ha negado un estilo propio. No obstante, el estilo de Moneo nace del compromiso del proyecto con su función, además de su empeño en considerar cada edificio en relación a su contexto.
Si revisamos sus primeros trabajos para Jorn Utzon, sorprende aún más la sobriedad del Pritzker 1996. Una sobriedad que no está exenta de monumentalidad, como la sede del Banco de España en Jaén, o en el maravilloso Museo Nacional de Arte Romano de Mérida. Dos ejemplos de que, en este caso, el carácter y la personalidad son más del edificio y su cometido que del arquitecto y sus aspiraciones artísticas.
Aunque, si por algo es conocido, es por sus proyectos de ampliación de edificios singulares. Una suerte de especialización que comenzó con la sede de Bankinter, en la que decidió conservar el palacete existente e integrarlo en el nuevo gran volumen de ladrillo rojo. Tras él llegaron la estación de Atocha, la remodelación del Museo Thyssen-Bornemisza, o las más polémicas ampliaciones del Museo del Prado y del Banco de España.
En cualquier caso, Moneo también nos ha dejado multitud de obras que funcionan por sí solas, construcciones que han llegado a calar en la identidad de sus ciudades, como el ayuntamiento de Murcia de o el Kursaal en San Sebastián. Una larga carrera de éxitos que no cesa y cuyo reconocimiento más reciente es el prestigioso Praemium Imperiale, el máximo galardón de Japón a las artes.
Rafael Aranda, Carme Piguem y Ramón Vilalta son RCR, el estudio ganador del Pritzker de 2017. El jurado reconoció su trayectoria de 30 años de profesión y supo ver “su respeto por lo existente y la convivencia entre lo local y lo universal”. El trabajo en equipo de este trío catalán los ha llevado a ser el grupo más numeroso premiado con el Pritzker, algo que, hasta ellos, había quedado en dúos como Herzog & De Meuron en 2001, o Sejima y Nishizawa en 2010.
Comparten con Moneo el cuidado del entorno precedente y la necesidad de que cada proyecto se adapte al contexto, un convencimiento que se materializó en uno de sus primeros trabajos; el estadio Tussols-Basil de Olot, en el que los árboles se integran en el trazado hasta convertirse en su rasgo más característico. Y fue en esa pequeña población, en Olot, donde decidieron instalar su estudio, justo cuando todos les recomendaban lo contrario; abrirse al mundo. Ellos lo hicieron, pero sin necesidad de desenterrar las raíces que definen su arquitectura.
A caballo entre Cataluña y Francia, poco a poco, comenzaron a probar que podían ofrecer algo distinto. Y los reconocimientos no tardaron en llegar, como demuestran sus cuatro nominaciones a los premios Mies van der Rohe, en los que llegaron a ser finalistas por la biblioteca de Sant Antoni en Barcelona.
En la actualidad, sin expectativas de salir de Olot, Rafael, Carme y Ramón afrontan los nuevos retos del mercado internacional con el mismo espíritu perfeccionista, artesano y minimalista. Para ellos, la arquitectura es equilibrio; entre sus elementos y sobre todo con el entorno. La situación y la función han de servir para destacar aquellos elementos que marcan la esencia del edificio. Si queréis comprobarlo, os recomendamos el Musée Soulages, en Rodez.
Photos: Flickr, Cedric Meravilles, Pinterest. Portada: Miguel Ángel Otero