Cuando Lacaton y Vassal ganaron el Mies Van der Rohe en 2019, muchos ya los postulaban para el Pritzker. Y eso solo puede significar una cosa: algo está cambiando en el máximo galardón de la arquitectura. Y está cambiando para bien. Es verdad que han llegado con el premio Schelling de 2009 y la Medalla Tessenow, pero no es menos cierto que hace una década nadie habría entendido semejante reconocimiento a unos proyectos que pasan completamente inadvertidos… Para quienes no los disfrutan.
“La demolición es la solución más fácil, pero es también una pérdida de energía, materiales e historia y un acto de violencia. La transformación es hacer más y mejor con lo que existe”. Con esta frase, que es todo un manifiesto, ya podemos hacernos una idea de su visión de la profesión, muy alejada de la que medio mundo asocia a los típicos ganadores del Pritzker. No obstante, es cierto que, en 2012, se reconoció el trabajo de Wang Zhu y Lu Wenyu con sus edificios construidos a partir de materiales de derribo y, en 2016, la arquitectura social de Alejandro Aravena. Pero Lacaton y Vassal son otra vuelta de tuerca.
Todos sus trabajos, ya sean de rehabilitación, urbanismo, o soluciones de sostenibilidad, se han planteado desde una óptica de optimización de recursos. Sirva como ejemplo su compromiso con el presupuesto dado, hasta el punto de especificar el coste por metro cuadrado en todos sus proyectos. Esto, que parece un detalle anecdótico, nos lleva a reflexionar sobre toda esa arquitectura megalómana que sistemáticamente rompe cualquier previsión económica a medida que avanzan las obras. A veces, incluso antes de empezarlas.
Muy alejado de las reglas de juego del star system fue el panorama que se encontraron en Níger durante los años 80. Hasta allí se trasladó Vassal en 1985 y unos años después se le unió Lacaton. Su impresión fue la de haber asistido a “una segunda escuela de arquitectura”, en la que, además de sentar las bases de su filosofía profesional, pudieron poner en práctica soluciones de urbanismo, mientras experimentaban con la arquitectura local. De hecho, su primer proyecto juntos fue en Niamey, donde construyeron una choza de paja que desapareció dos años después, arrasada por un temporal de viento.
A continuación, repasamos sus más de 30 años de trayectoria a través de tres proyectos que representan su gran trabajo al frente de una arquitectura al margen de lo establecido.
Este proyecto, en apariencia sencillo, refleja la gran capacidad de los arquitectos para adaptarse a las circunstancias. Ellos mismos han explicado el valor de lo preexistente y la necesidad de analizarlo para comprender las necesidades reales que se pretenden cubrir. Por eso, cuando la familia de Anne Lacaton les encargó la construcción de su casa de veraneo, lo exiguo del presupuesto no fue ningún problema. Más bien al contrario, fue una fuente de inspiración.
Su primer paso fue estudiar la casa en su contexto y, gracias a ello, encontraron la solución en los invernaderos de la zona. El uso de materiales propios de las construcciones rurales circundantes, los llevo a plantear dos fachadas completamente antagónicas y ambas de gran impacto visual. Así, si observamos la construcción desde la calle, nos encontramos con un volumen monolítico de fibrocemento que parece impenetrable. Sin embargo, al abrir las puertas y ventanas que pertenecían ocultas, el aspecto de la casa cambia radicalmente. Y, mientras tanto, en la fachada interior, orientada al jardín, nos encontramos con un volumen de policarbonato transparente que dobla la superficie habitable.
Por último, entre los dos cerramientos, nos encontramos con un cuerpo de madera que permite su aislamiento en invierno y su apertura total en verano, con lo que se consigue una climatización idónea según la época del año a un coste prácticamente nulo. Una casa mutable, adaptable y eficiente; también luminosa, sostenible, integrada y, además, barata.
Tres enormes bloques de viviendas construidos en los años 60 languidecían en su decadencia en la Cité du Grand Parc. Con entre diez y quince pisos de altura, su estado obligó al ayuntamiento de Burdeos a acometer una reforma que les permitiese cumplir con las nuevas normas urbanísticas, entre ellas, la de eficiencia energética. Algo que, a priori, parecía prácticamente imposible, al menos a un precio razonable.
En lugar de derribar los viejos bloques, o de dejar su estructura desnuda y comenzar desde ahí, Anne Lacaton y Jean-Philippe Vassal decidieron doblar la fachada. Para ello, añadieron una serie de piezas prefabricadas de hormigón, que se fueron apilando hasta crear una nueva piel para el edificio. Con ello, se consiguió ampliar en casi un tercio la superficie de las viviendas, generando unos jardines de invierno que recorren de extremo a extremo cada bloque. Y estos grandes espacios, que pueden utilizarse como invernaderos, también pueden abrirse por completo, gracias a sus puertas de policarbonato traslucido.
Al mismo tiempo, las pequeñas aberturas de la fachada original pasaron a convertirse en ventanas de suelo a techo, abiertas al nuevo espacio, con la consiguiente ganancia de luminosidad y ventilación, además de acabar con la sensación claustrofóbica de los espacios interiores. Por otro lado, de forma paralela, se reformaron los baños de las viviendas, se sustituyó la instalación eléctrica, se remodeló la entrada de los distintos edificios y los jardines exteriores se replantearon de acuerdo a un nuevo proyecto de paisajismo. Todo ello sin perder un ápice de la esencia rotunda de este tipo de construcciones; añadiendo valor a la estructura existente y sacando todo el partido al potencial del modelo arquitectónico primigenio. Tan bien les quedó, que les valió el premio Mies van der Rohe al mejor edificio europeo.
El Palais de Tokyo fue la gran víctima del Centro Pompidou. Desde 1937, este enorme edificio había acogido algunas de las piezas más vanguardistas y determinantes del arte moderno, pero, la inauguración de la obra maestra de Renzo Piano y Richard Rogers lo condenó al olvido y al abandono.
Cuando Lacaton y Vassal lo reinauguraron en 2002, su superficie de exposición había crecido de 7.000 a 22.000 metros cuadrados. Sin embargo, a pesar de su monumentalidad y su estilo art decó, los arquitectos decidieron dar la espalda a la tradicional opulencia de este movimiento. Al contrario, pensaron que la crudeza del abandono y su aspecto inacabado podía suponer una puesta en valor del objeto que se expone. De esta forma, sin renunciar en ningún momento a la espectacularidad innata del proyecto, la desnudez de los materiales se convirtió en un factor de solemnidad extra para los espacios interiores.
Las paredes decapadas, las vigas de hormigón y las instalaciones vistas se mezclan con los mármoles originales en las grandiosas escaleras que presiden la entrada. Los pasillos se despliegan ante los visitantes sin un recorrido establecido, permitiéndoles descubrir por ellos mismos los distintos espacios y el arte que contienen. Una visita al museo convertida en una aventura de exploración y reflexión.
No podemos irnos sin nuestro bonus track. En este caso, con la Plaza de Plaza de Léon Aucoc, sobre la que el ayuntamiento de Burdeos les pidió un proyecto de mejora y embellecimiento. Como siempre, Lacaton y Vassal fueron a la plaza, no una, sino unas cuantas veces. Hicieron fotos, croquis, hablaron con los niños que jugaban en la plaza, con los ancianos que se sentaban en sus bancos y con los comerciantes de las tiendas cercanas. Enseguida presentaron su proyecto al consistorio: los árboles ocupan una posición perfecta, dando sombra al perímetro y despejando el centro. Quienes asisten juegan a la petanca, los niños corren sin interferir en la paz de los demás visitantes y todos disfrutan del espacio en comunidad. ¿Veredicto? Aparte de limpiarla con mas frecuencia, poco se podía hacer. La plaza era perfecta. No había por qué tocarla y no se tocó.
FOTOS: Lacaton & Vassal, Plataforma Arquitectura, Atlas of Places, Arqa, Joel Saget para El País, Aplust, By Beton, National Geographic, Gas TV, 11h45, Andrew Cusack.