En 1890, la máquina tabuladora de Herman Hollerith fue elegida por el Gobierno de los Estados Unidos para realizar el censo del país. Nueve años después, añadió la función de sumar para poder utilizarla en contabilidad, pero en 1896 ya había fundado la Tabulating Machine Company, creada para explotar comercialmente la que muchos consideran como la primera computadora de la historia.
En 1924, después de unas cuantas fusiones y de haber fabricado hasta cortadoras industriales de carne, IBM recibe su nombre actual y se centra exclusivamente en soluciones de tabulación para empresas; algo muy similar a su actividad actual, aunque con un abismo tecnológico de por medio. Un abismo tecnológico que comenzaría a recortarse en 1944, con el Mark I, una máquina de 5 toneladas que fue la primera en realizar operaciones matemáticas de manera autónoma.
Tras ella, llegaron las grandes computadoras empresariales y la expansión mundial de la empresa. Su System 360 de ordenadores con software y periféricos intercambiables fue un éxito absoluto. De hecho, en 1964, la International Business Machine Corporation fabricaba el 70% de los equipos informáticos del mundo, lo que supuso unas necesidades que trascendían ampliamente las fronteras estadounidense.
Y por eso estamos aquí, porque, fruto de aquella expansión planetaria, IBM construyó a mediados del siglo XX algunas de las mejores sedes corporativas de la historia de la arquitectura. Además, lo hacían a conciencia, sin intentar imponer un criterio estético, más allá de sus necesidades empresariales. Tampoco llevaban a sus propios arquitectos ni intentaban imponer una identidad estética común. Todo lo contrario, contactaban con arquitectos locales de gran prestigio y trataban de entenderse con ellos, aunque sin renunciar a sus exigencias técnicas. Un proceso que, a veces, salía bien y, a veces, no tanto.
En el caso de España, hay dos edificios fundamentales para entender la implantación de IBM en el país: el de Madrid y el Barcelona, dos obras vanguardistas y desigualmente consideradas en la actualidad. ¿Queréis saber que pasó con cada una? Os adelantamos que una fue bien y otra no tanto ¿Necesitáis más razones para acompañarnos? A ver… ¿Qué tal dos nombres? Fisac y Coderch.
Contaba Fisac: “Un día vino a verme el presidente de IBM en España, diciendo que querían que hiciera un edificio. A mí me extrañó muchísimo, porque clientes así no suele haber… Luego, al cabo de un tiempo, me enteré de que, desde Estados Unidos, la empresa le había pedido que confeccionase una lista de posibles arquitectos y, después de visitar lo que esos arquitectos habían hecho, me habían elegido”.
Con esas palabras, Fisac nos desveló cómo funcionaba el proceso de IBM para elegir a sus arquitectos. A él lo debieron contactar allá por 1965, justo cuando estaba proyectando el Centro de Cálculo de la Ciudad Universitaria, precisamente un edificio destinado a contener un ordenador que IBM había regalado a la Universidad Complutense. Por tanto, es de suponer que las soluciones planteadas por Fisac debieron de gustar al “Gigante Azul”, pues, cuando compraron el solar del número 4 del Paseo de la Castellana, desecharon de inmediato el proyecto que se estaba construyendo.
El edificio que Oriol e Ybarra había proyectado para los propietarios originales, la constructora FINCOSA, se caracterizaba por sus muros cortina. Un detalle que, a pesar de prever la instalación de cristal antideslumbrante y antiinfrarrojos, no convenció a IBM, ya que se trataba de una fachada orientada a Poniente. En su lugar, Fisac optó por otro elemento de identidad: la repetición de una franja vertical de hormigón con una sección en forma de boomerang hueco relleno de poliestireno. Una de esas piezas prefabricadas tan del gusto del arquitecto manchego, que hoy son pura modernidad.
El resultado fue una fachada inconfundible, para la que se construyeron 693 elementos idénticos y 14 más para las esquinas. Una sucesión de boomerangs contrapeados que dejan aberturas de 30 centímetros hasta abrir una novena parte de la cada planta, es decir, el estándar de iluminación de una habitación normal, aunque sin una incidencia solar directa. Una solución que, además, permite apreciar la estructura del edificio, incluidos los forjados y los pilares en las dos plantas inferiores.
Brutalismo en estado puro. Hormigón desnudo, la estructura como protagonista y la función hecha estética. Cualquiera que haya pasado por delante del edificio de Fisac y haya mirado hacia arriba, sabe de que estamos hablando. Es un proyecto tan singular que, durante años, se identificó irremediablemente con la imagen de IBM. Por su aspecto, da la impresión de ser un contenedor hermético, una especie de bunker infranqueable. Un mundo secreto, dentro del cual suceden cosas maravillosas. Más o menos lo que la mayoría pensamos cuando vemos un ordenador apagado.
En el caso de Barcelona, nos vamos hasta 1969 y, visto como escogieron a Fisac, debieron seguir el mismo procedimiento. Es de suponer que elaboraron una lista de arquitectos catalanes de prestigio, luego visitaron algunas de sus obras y el ganador fue Coderch. Sin embargo, a pesar de que el edificio resultante es en apariencia más sencillo que el de Madrid, la historia que encierra tras de sí es mucho más compleja. Basta decir que Coderch nunca reconoció lo reconoció como suyo.
Tras un baile de terrenos candidatos, finalmente IBM adquirió una gran parcela en la Vía Augusta, donde se derribó el espectacular palacio de los Condes de Fígols. Aquel era un fastuoso edificio ecléctico de esos con muchos “neos”: neoclásico, neoplateresco, neobarroco. O dicho de otra manera, todo lo contrario del edificio que la gran compañía estadounidense tenía pensado. Sea como fuere, no era la ubicación preferida de Coderch, y, a partir de ahí, comenzaron a torcerse las relaciones con Iturmendi, el director de IBM en Madrid.
Así y todo, Coderch comenzó con el estudio de la fachada y, a partir de sus esbozos, el estudio llegó a enviar a la empresa algunas pruebas con alzados y cortes en sección. Según parece, por criterios técnicos dudosamente justificables, los planos que iban llegando a Estados Unidos fueron sistemáticamente modificados, hasta tal punto que el arquitecto se negó a continuar con el proyecto. Sorprendentemente, a pesar de su renuncia, IBM se empecinó en mantener el diseño de la fachada de Coderch, un diseño que ni siquiera a él le convencía.
En su lugar, la empresa de ingeniería Màster y el estudio de Robert Brufau se hicieron cargo del proyecto; eso sí, manteniendo la sección original de Coderch, con el característico cristal curvado. Y, a partir de ese momento, empieza la leyenda: a pesar de que Brufau afirmó que Coderch llegó a cobrar el encargo, la opinión mayoritaria es que no recibió ni un céntimo. Y eso que, una vez terminado, IBM continuó insistiendo para que firmase el edificio.
Sobre esto hay una historia que merece la pena contar y, con vuestro permiso, nos vamos a quedar con la versión más hollywoodiense: imaginad los primeros años de la década de los 70, el proyecto finalizado y una inauguración por todo lo alto con cena de gala incluida en el Ritz de Barcelona. A ella acudió el director general de IBM, quien, por aquel entonces, era una de las personas más importantes del mundo. Se dice que insistió en felicitar a Coderch por aportar el concepto sobre el que se había desarrollado el edificio. También se dice que él mismo lo presionó para que rellenase un cheque en blanco a cambio de ligar su nombre al de la nueva sede. La respuesta del arquitecto consistió en romper el cheque delante de todo el mundo y espetarle: “Los Coderch no están en venta”.
FOTOS: Pinterest, MIT Technology Review, NBC News, Barcelofilia, Fundación Fisac, Arxiu Coderch, Recordando a Coderch, Metalocus, Arquitectura Viva, Mikisimba, Ximo Michavila, Mario Roberto Álvarez, Wikipedia, Decora Arquitectura,
Fuentes bibliográficas: Wikipedia; Fundación Fisac, Epidermis de hormigón, Fisac y el edificio IBM, de Ramón V. Díaz del Campo Martín-Mantero; Miguel Fisac: Arquitecturas para la investigación y la industria, de Diego Peris Sánchez; “Mitad Fábrica, mitad convento”. La Casa Tapies, de Antoni Pérez Mañosas.