La arquitectura residencial es nuestra razón de ser. El lugar donde vivimos es parte de nosotros; nos protege, nos acoge y en él generamos los momentos que recordaremos durante toda nuestra vida. Por eso creemos que merece la misma atención que las grandes obras públicas. Los grandes arquitectos también hacen casas y, para que podáis comprobarlo, vamos a entrar en las que diseñaron para ellos mismos.
Texto: Nacho Carratalá.
Hoy, en nuestra serie de artículos La casa de…, os traemos a uno de nuestros arquitectos de referencia: Miguel Fisac. Su obra es un catálogo de innovación y modernidad, además de un compromiso extraordinario entre estética e ingeniería. Todos y cada uno de sus edificios fueron una vuelta de tuerca a la arquitectura de un país estancado en el historicismo, gracias a una temprana visión organicista que lo llevó a superar unos preceptos racionalistas plenamente vigentes.
Uno de sus primeros grandes proyectos fue residencial, de superficie mínima, protección oficial y prefabricado. Toda una declaración de intenciones que le valió un primer premio del COAM. A partir de ahí, sus investigaciones profesionales lo llevaron a centrarse en el hormigón, su material predilecto. De hecho sus célebres vigas hueso son la cara visible de una serie de patentes revolucionarias en hormigón pretensado y postensado. Una labor que lo consolidó como un arquitecto de prestigio internacional. Además de ser un proyectista excepcional, su capacidad para concebir nuevas soluciones estructurales culminó en 2003 gracias las vigas diseñadas para el polideportivo de Getafe, las más largas de Europa hasta el momento con 51 metros de luz.
Tendríamos mucho más que contar sobre Fisac y lo haremos en un post monográfico especial, pero ahora vamos a centrarnos en su casa del Cerro del Aire, un icono de modernidad que no ha recibido todo el reconocimiento que merece. Sobre todo, por su capacidad para adaptarse a las necesidades de la familia y crecer a lo largo de los años sin renunciar a su estética original.
Cuando Fisac terminó sus estudios de arquitectura en 1949, aceptó numerosas propuestas en el extranjero que le permitieron viajar y acceder de primera mano a las corrientes nórdicas y orientales. Aspectos como la sencillez y la calidez escandinava, o la inclusión de la vegetación dan buena muestra de ello. Espacios diáfanos, muros de cristal y líneas puras se alzaron en el Cerro del Aire en 1956, un paraje agrícola cuyo escaso valor le permitió adquirir los terrenos y construir una casa en la que plasmar algunas ideas que, por aquel entonces, eran pura vanguardia. No solo en España, sino en el mundo.
Una obra cumbre de nuestra arquitectura que no existiría si Fisac y su mujer Ana María hubieran podido permitirse el piso que andaban buscando cerca del Museo del Prado.
La casa crece desde su gestación en torno al patio. Y así continúa su desarrollo en dos ampliaciones sucesivas que comienzan nada más terminar las obras del proyecto original. De hecho, el patio y su naturaleza domesticada es un referente interno al entorno natural virgen en el que Fisac empezó a construir su casa.
Desde este hueco central lleno de vegetación, los muros de carga se extienden definiendo la estructura del edificio y limitando sus distintas zonas con un esquema tan sencillo como brillante en la disposición de los espacios. Gracias a las ampliaciones, el patio pierde sus cristaleras, se cubre con un lucernario y pasa a ser una suerte de invernadero o jardín interno completamente integrado en el interior de la casa.
Llama la atención la maestría con que se amplía la casa, la naturalidad con que se integran los nuevos espacios sin afectar ni perjudicar el esquema ortogonal de los primeros muros. Bien parece que estas ampliaciones estuvieran contempladas desde un principio, aunque la realidad es que su perfecto acoplamiento responde al buen hacer del arquitecto y a su gran visión espacial.
A veces los números hablan por si solos. Por ejemplo, si descubrimos que el 40% del presupuesto se fue al fantástico panelado de roble que recubre techos y paredes, nos haremos una idea de la importancia de la arquitectura nórdica en el proyecto.
La fluidez de los espacios nos remite a Aalto y la sencillez y desnudez de los materiales a su gran referente, Gunnar Asplund. Por otro lado, cabe destacar el papel de los preceptos orientales de construcción. De hecho, algunos teóricos como el profesor Luis Segundo Arana, definen algunos principios de arquitectura japonesa que encajan a la perfección en la casa de Fisac: Sabi, expresión de la soledad de la naturaleza; Wabi, la pobreza, la carencia de bienes aparentes, la simplicidad; Shibusa, expresión de lo áspero, lo rudo o lo inacabado; y Shakkei, la acción de tomar el paisaje prestado.
La mayoría de los muebles de la Casa del Cerro del Aire son piezas diseñadas por Fisac. Entre ellas, destacan las célebres butacas toro, en este caso con estructura metálica, las sillas del comedor, la mesa pata de gallo y otras butacas también con estas patas tan características.
FOTOS: Fundación Fisac, Amigosdar, Pinterest, Idealista, Dentro de sus casas (Yolanda Cónsul).