Desde luego, un cubo no es la forma más ligera. Y tampoco es que permita mucho dinamismo a la hora de diseñar una estructura ¿o sí? ¿Hasta donde puede estirarse una de las formas que Le Corbusier llamaba “grandes formas primarias”? Porque, en este caso, no hablamos de combinarlas; los cubos con los conos, con las esferas, los cilindros o las pirámides. Nada de eso. Solo un cubo, o dos si acaso, pero cubos. Parece que no da para mucho ¿verdad?
Pues si seguimos con Le Corbusier (“de cada edificio, hacía un librito”, que diría Higueras), tendremos que admitir que la forma cúbica, como las demás grandes formas primarias “es clara y tangible, sin ambigüedad. Por esta razón son formas bellas, las más bellas. Todo el mundo está de acuerdo con esto: el niño, el salvaje y el metafísico”. ¿Conclusión? Da igual como tengamos el día, infantil, asalvajado, o filosófico; un cubo siempre funciona. Y, si no os lo creéis, acompañadnos a Roma, Módena y Stuttgart.
Los italianos resumen esta obra cumbre de la arquitectura fascista con dos palabras: Colosseo Quadrato. Mejor imposible. Al fin y al cabo, la arquitectura que promovió el régimen totalitario de Mussolini fue una revisión de la Grecia y la Roma clásicas. Una síntesis de sus fundamentos esenciales llevados a la abstracción más pura. Por eso es tan interesante y, probablemente, por eso no envejece.
Si hacemos caso a Le Corbusier, veremos que la pureza de las formas funciona con una fuerza indiscutible. Porque el edificio de Guerrini, La Padula y Romano es tan monumental, como atemporal. Justo como tenía que ser para cumplir su cometido original: ser la pieza central de la Esposizione Universale de Roma de 1942. Una función frustrada por la Segunda Guerra Mundial que, no obstante, dio lugar a todo un distrito: el “EUR” o “E.42”, hoy centro financiero de la capital italiana.
Como curiosidades varias, os contamos que se terminó en 1943, pero se inauguró en 1940; que la combinación de 6 plantas por 9 arcos responde a las letras de “Benito” y “Mussolini”, respectivamente; y que fue devuelto a la vida tras décadas de abandono por la marca de lujo Fendi, que restauró el edificio e instaló su sede allí en 2015. Por lo demás, opiniones encontradas y, en lo alto de sus 68 metros de altura, una frase del Duce, como la firma de un autor que nadie quiere mirar, a pesar de una deslumbrante iluminación nocturna: “Una nación de poetas, de artistas, de héroes, de santos, de pensadores, de científicos, de navegantes, de exploradores”.
Nos quedamos en Italia y avanzamos hasta 1972 para descubrir una de las obras más representativas de Aldo Rossi, la ampliación del Cementerio de San Cataldo. Un proyecto que diseñó durante la convalecencia de un accidente de tráfico que casi le cuesta la vida. En semejante estado, es lógico que este encargo adquiriese una dimensión casi metafísica.
Junto a Gianni Braghieri, Rossi dispone una serie de elementos entre los que destacan dos de las grandes formas primarias de Le Corbusier, un gran cono nunca construido que debía contener la fosa común y un cubo naranja repleto de aberturas cuadradas. Un gran cubo que acapara todo el protagonismo y que no es otra cosa que un osario sin techo. Una construcción cerrada sobre sí misma y abierta al cielo, longitudinalmente atravesada por la luz que penetra en forma de haces a través de los vanos sin ventanas.
Mención aparte merecen los bocetos y planos del proyecto, que son una verdadera maravilla, con ese aspecto entre tecnológico y jeroglífico. El manual de instrucciones de su Casa de los Muertos, que para él representaba un cuerpo tendido. Un proyecto con una larga y profunda reflexión tras de sí, tan críptica como la propia apariencia de la planta del cementerio. Y, sin embargo, a pesar de todo, Rossi estaba absolutamente seguro de su gran obra inacabada. En realidad, tan seguro como del resto: “Si tuviera que volver a redactar ese proyecto, seguramente lo haría igual. Seguramente repetiría igual cada proyecto. Pero lo cierto es que todo lo pasado se convierte en historia, y se hace difícil pensar que las cosas pudieran haber ocurrido de otro modo”.
Hemos escogido la Biblioteca de Stuttgart por dos motivos: la lógica secuencia cronológica y la impresión de que su estética bebe de los dos anteriores proyectos. Si entre el Palazzo della Civiltà del Lavoro y el cementerio de San Cataldo transcurrieron 30 años, avanzamos otros 30 hasta 1999, cuando el estudio coreano Yi Architects ganó el concurso que materializaría una década después, en 2011.
Este cubo perfecto de 45 metros de lado tiene las nueve alturas del cubo de Rossi y sus nueve aberturas por planta, como las del cubo de Guerrini y compañía. Aunque no sean arcos y las proporciones sean mas cercanas a Rossi, la monumentalidad del edificio lo aleja de los 15 metros del cubo del cementerio y lo aproxima al gran icono de la arquitectura fascista.
Y si nos vamos al interior, nos encontramos con que también tiene algo de los otros dos. El gran vacío de la entrada, de tres plantas de altura, nos recuerda a San Cataldo, solo que en este caso sí hay techo. Aunque no esté el cielo al otro lado, sino una gran biblioteca cuyo centro está vacío, como el corazón del Palazzo de la Civiltà. No obstante, sus paredes se van ampliando en forma de gradas que contienen las estanterías ya se expanden para ocupar todo el perímetro. Y si miramos hacia arriba, veremos una gran vidriera cuadrada que nos devuelve al cielo abierto del cubo de Rossi.
FOTOS: Stefan Gifthaler para El País / Fabio Bascetta / Boerner Photographer / Pinterest / Vogue
Referencias bibliográficas: Wikipedia / Urbipedia / Plataforma arquitectura / Rossi, Aldo; Autobiografía científica, 1981 / Escriche, Eugenio; Dos concepciones distintas del enterramiento: el Cementerio Nórdico y el Cementerio Mediterráneo, 2020.