Si te interesa la arquitectura y las técnicas de construcción, seguro que te gustaría saber cómo eran las casas en la Edad Media. Si es así, quédate con nosotros y acompáñanos en este viaje en el tiempo. Vamos allá.
Como es lógico, la construcción ha evolucionado mucho en los últimos siglos gracias a la tecnología y su influencia en el uso de nuevos materiales. Por el contrario, durante el medievo los materiales empleados en los hogares dependían mucho de lo que abundaba en el entorno. Por ejemplo, si nos fijamos en España, en la zona de los Pirineos se recurría a la madera, mientras que, en el sur, el adobe era el material principal.
Y si entramos a las viviendas, en sus tabiques, podíamos encontrar materiales tan dispares como la paja, el pelo de vaca o el estiércol, que se colocaban sobre una estructura de madera. Esta última se cortaba y se utilizaba cuando aún estaba verde pues resultaba más maleable y fácil de amoldar a las necesidades constructivas.
Estos armazones solían construirse en el taller de un carpintero y, una vez acabados, se transportaban hasta el lugar donde tenía que erigirse la nueva vivienda.
Debido a los materiales empleados, estas casas presentaban peligros evidentes, como un mayor riesgo de incendios y, dado que se utilizaba el fuego para dar calor e iluminar las estancias, había que ser especialmente cuidadoso.
Además, la humedad resultaba muy perjudicial pues la madera podía pudrirse con el paso de los años y, finalmente, venirse abajo toda la estructura. Un desenlace bastante parecido al de las estructuras afectadas por la carcoma, para la que, entonces, no existía un tratamiento efectivo.
Pues, básicamente no tenía nada que ver con las viviendas actuales, De hecho, la mayoría de las casas estaban condicionadas por la manera de vivir y el oficio que desempeñaban sus moradores.
En este sentido, la población más humilde (los campesinos) disponían de una única estancia. Hablamos de una auténtica sala de servicios múltiples, pues hacía las veces de cocina, comedor, dormitorio para toda la familia y, además, funcionaba como almacén de los utensilios del campo.
Dado que una misma habitación servía para todo, por la noche desplegaban los jergones de paja para dormir y por la mañana los enrollaban. Contaban, asimismo, con baúles en los que guardaban la ropa, y ganchos o huecos en los muros para guardar los utensilios de cocina.
En el caso de trabajar como artesanos, su casa también era empleada como taller e incluso como tienda en la que despachaban sus productos. A esto solía sumarse un pequeño patio en la parte trasera de la casa, donde disponían de un corral para las gallinas, un huerto, un pozo y una letrina muy básica.
Por supuesto, las clases más pudientes podían aspirar a viviendas más refinadas y amplias. Así, estas casas solían contar con dos pisos o más pisos y los materiales de construcción empleados eran la madera y la piedra.
El piso inferior solía contar con una zona de servicio, donde estaba la cocina y una zona más social, con un comedor y una sala para recibir visitas. Por su parte, en el piso superior se encontraban los dormitorios, aunque en muchas ocasiones, las dependencias del servicio se situaban en el bajocubierta y, si la vivienda era rural, las estancias sociales pasaban al primer piso, conocido como planta noble, mientras que, en el inferior se situaban las cuadras.
Como habréis visto, todas estas particularidades resultan bastante curiosas desde el punto de vista actual, sobre todo en el modo urbano y occidental de entender la vivienda. Sin embargo, si viajamos a comunidades rurales alejadas de las grandes urbes, comprobaremos que muchas de aquellas soluciones constructivas siguen aplicándose y cubriendo las necesidades básicas de sus habitantes. Una cosa es indiscutible: a pesar de sus deficiencias, este tipo de arquitectura era mucho más sostenible y, en algunos casos, estaba mejor adaptada a la climatología que muchos iconos arquitectónicos del siglo XX.
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