Villa Müller, diseñada por Adolf Loos y construida en 1930.

Pero empecemos por lo bueno. Nos trasladamos al París de los locos años 20, más concretamente al cabaret Folies Bergère, dirigido por la famosísima Josephine Baker. Y ahora, bajamos las luces y nos situamos entre los invitados a la fiesta de compromiso de Adolf Loos con su tercera mujer, Claire Beck. ¿Estamos? Bien, ya podemos subir la música, un jazz desenfrenado a cargo del saxo de Sidney Bechet. Todos miran expectantes al escenario. Baker es una celebridad mundial y hoy baila para ellos. El atuendo es el de costumbre, prácticamente nada, y su partenaire es un guepardo de carácter voluble que tiene la fastidiosa costumbre de pasearse entre los miembros de la orquesta. La música se atempera, el tempo se ralentiza, y la Diosa de Ébano comienza a bailar, sinuosa, elástica y casi sobrehumana, rodeada por la piel moteada de su mascota africana.

Adolf Loos y Claire Beck el día de su boda.

A Loos se le salen los ojos de las órbitas. Normal, a su prometida también. Los dos quieren hablar con ella. No solo es el aura de su semidivinidad, sino también su condición de musa de la intelectualidad. En torno a ella, como si fueran el guepardo, se dejan acariciar Picasso, James Joyce, Colette, o Buñuel, pero Loos sigue sin poder creer que Baker no tenga ni idea de quién es él. “El arquitecto más famoso del mundo”; así se lo hizo saber cuando unos amigos le presentaron a aquella mujer fascinante hacía solo un par de días. La bailarina acogió la presentación con cierta indiferencia, pero a él se lo olvidó todo cuando ella lo tomó de la mano y le enseñó a bailar el Charleston. La danse sauvage, como lo llamaban en Francia.

La actriz y bailarina Josephine Baker.

Loos quedó hechizado. Si hubiera sido Picasso, la habría inmortalizado en un cuadro. Si hubiera sido Colette, la habría hecho protagonizar una de sus novelas. Si hubiera sido Buñuel, habría creado una película solo para ella. Pero Loos era arquitecto, así que su declaración de amor fue una casa. Una que nunca llegó a materializarse, una metáfora perfecta de su relación platónica con Baker. Imposible, no correspondida, superficial e inolvidable. Apenas unos cuantos dibujos y una maqueta en la que destaca su fachada de largas franjas horizontales. Mármol negro y mármol blanco. Hay decenas de teorías al respecto, pero nosotros nos quedamos con una que nos devuelve al mismo año. Cerramos el círculo en el mismo 1928, cuando Loos vio una película de Baker, La sirène des tropiques, una escena en particular, en la que su protagonista, completamente empapada, caía primero en carbón y después en harina.

Maqueta de la Casa Baker.

Como ya sabéis, la casa nunca llegó a construirse. En los años 30, los felices 20 parecían un espejismo. Loos murió en 1933, después de crear dos proyectos icónicos, la casa Moller y la casa Müller, y Baker siguió con sus éxitos y los compaginó con su labor de espía de la Resistencia Francesa. Casi nada. Pero ¿qué tiene todo esto que ver con China, Ai Weiwei y Herzog & de Meuron? Vamos a ello.

Maqueta de la Casa Baker en su contexto urbano.

Nos olvidamos del glamur y el desenfreno de los Roaring twenties, del Charleston, las flappers, el jazz, los cabarets y la época de oro de las vanguardias artísticas. Nada de absenta; acabamos de aterrizar en el desierto chino de Mongolia en 2001, con un milenio recién estrenado, aún aséptico e impersonal. El panorama es bastante desolador, pero el gobierno chino ha emprendido una escalada urbanística sin precedentes. El dinero no es un problema y la mano de obra tampoco. Al menos eso pensaban en la promotora Jiang Yuan Water Engineering, cuando decidieron participar en la fundación de la ciudad de Ordos. Un nombre que significa “muchos palacios” en idioma mongol. Sobran las explicaciones.

Maqueta de Ordos 100.

Aquel paraje rural y literalmente desértico había pasado de cero a un millón y medio de habitantes en solo tres años y su impulsor decidió poner toda la carne en el asador. Más concretamente la carne de 100 arquitectos de todo el mundo -¡excepto China!- en el asador de Ai Wei Wei y Herzog & de Meuron. La premisa era muy sencilla: cada participante debía diseñar una casa de 1000 metros cuadrados con piscina. Todo para crear un distrito plagado de obras únicas provenientes de todo el mundo. Una suerte de muestrario arquitectónico global para millonarios con ganas de vivir en una futura gran ciudad china.

Desarrollo urbanístico en la ciudad de Ordos.

Pues bien, a este concurso fueron invitados Ines Weizman y Andreas Thiele y su propuesta nació casi como una broma. Mientras el resto de participantes daba rienda suelta a sus fantasías arquitectónicas más disparatadas, Weizman y Thiele decidieron presentar una obra de Loos. Una que nunca llegó a ser construida, sí; pero también una de las más conocidas. Efectivamente, la casa Baker. Solo había un problema: ¿Qué pasaba con los derechos de autor?

Imagen por ordenador de la entrada de la Casa Baker.

En principio, nada, siempre que la casa se construyera a partir de 2008, justo en el 75 aniversario de la muerte del arquitecto. Aunque el Convenio de Berna para la Protección de Obras Literarias y Artísticas establece la línea roja en 50 años, muchos países la han llevado hasta los 75. Así que, mejor no arriesgar. Y ya que iban a copiar, mejor copiar bien. Weizman y Thiele llevaron a cabo una labor de documentación espectacular. De hecho, gracias a ellos y a su empeño por reproducir la obra de Loos, la escasa información sobre la casa Baker se ha ampliado y enriquecido notablemente.

Planos de la Casa Baker.

Su investigación los llevó hasta el museo Albertina de Viena, donde se custodia la práctica totalidad del Archivo Loos, incluida la maqueta del proyecto para la bailarina. Allí localizaron los pocos dibujos existentes y los planos del asistente de Loos, Kurt Unger. Después trabajaron incansablemente para llevarlos a volúmenes construibles. También profundizaron en el uso de los materiales, en la distribución de los espacios y consultaron a innumerables arquitectos, coleccionistas, herederos y abogados. Al fin y al cabo, la copia debía poder llevarse a cabo.

Imagen por ordenador del lucernario sobre el salón de la Casa Baker.

La propiedad de los derechos sobre las obras de Adolf Loos da para una novela. Según parece, el arquitecto designó como beneficiaria en 1922 a su segunda esposa, Elsie Altmann, una gran estrella de la opereta vienesa que acabó viviendo en Argentina y ejerciendo de recepcionista en un hotel de Buenos Aires. Un hotel en el que fue a hospedarse todo un personaje, el novelista, cineasta y dandi vienés Adolf Opel, a quien Altmann, encantada con el huésped, decidió legarle sus derechos sobre el legado de Loos.

Imagen por ordenador de la piscina de la Casa Baker.

El mismo Opel seguía reclamando en 2012 su potestad para decidir sobre la construcción de la casa Baker, ajeno la caducidad del Copyright y a la debacle de Ordos 100, donde las villas construidas conforman hoy en día una ciudad fantasma de formas imposibles. La falta de financiación y de compradores dejó un extraño paisaje de cadáveres de hormigón, cristal y acero, inhabitados y a merced de la erosión del desierto mongol.

Una de las 100 villas de Ordos que llegó a construirse y permanece abandonada en el desierto.

En cuanto a la casa Baker, hasta donde hemos sabido, no llegó a construirse. La obra de Loos permanece intacta. Sin ornamento y sin delito. Decía Picasso que los buenos artistas copian y que los genios roban, pero en este caso, el robo no habría sido al autor, sino a su destinatario. El proyecto fue concebido como una declaración de amor, una rendición ante el talento y la fuerza de una mujer adelantada a su tiempo. Solo ella merecía habitarla.

Josephine Baker con su guepardo Chiquita.

Bonus track

Para terminar, os regalamos dos curiosidades. La primera: la relación imposible de Loos y Baker tuvo una segunda parte más fructífera entre la bailarina y Le Corbusier. Fue en 1929, cuando la Diosa de Ébano y -ahora sí- el arquitecto más famoso del mundo coincidieron en un viaje a bordo del trasatlántico Lutetia. En la siguiente foto podéis verlos a los dos. Y, sí, Le Corbusier va vestido a franjas blancas y negras.

Le Corbusier y Josephine Baker en la cena de disfraces del Lutetia.

Y la segunda: uno de los elementos más llamativos de la casa Baker es su espectacular piscina cubierta. A ella se accede desde el segundo piso, mientras que, en el primero, Loos dispuso una serie de ventanas en el vaso de la piscina. En un extremo, decidió poner un asiento corrido, frente a la más grande de todas las aberturas. No hemos podido evitar pensar que el arquitecto se vio a sí mismo allí sentado, admirando a Baker nadar y bucear ingrávida en un aparente vacío de agua cristalina.

Imagen por ordenador del vaso de la piscina visto desde las ventanas del primer piso.

FOTOS: Luca Garau, Pinterest, Metalocus, El País, Plataforma Arquitectura, Kai Kaemmerer.

Fuentes bibliográficas: The Josephine Baker House: For Loos’s Pleasure. Farès el-dahdah; Stephen Atkinson. Assemblage, No. 26. (Apr., 1995) / Thing Rights. An architectural re-enactment of the Josephine Baker House by Adolf Loos (1928), Ines Weizman, 2017 / Locating Adolf Loos’s House for Josephine Baker, Nicolas Pacula, 2017.

TEXTO: Nacho Carratalá.

Quiero Saber Mas

Estamos para
ayudarte.

Campo obligatorio
Campo obligatorio
Campo obligatorio

KRONOS INVESTMENT MANAGEMENT SPAIN, S.L., con domicilio en C / Serrano 3, 28001 Madrid (Kronos) es el responsable del tratamiento de los datos personales contenidos en este formulario con el fin de atender su consulta. De igual forma, si estás interesado en permitir que Kronos te envíe información sobre promociones, puedes dar tu consentimiento marcando la casilla reservada a tal efecto. Puede ejercer los derechos de acceso, rectificación, supresión, limitación, portabilidad, oposición a través de la dirección protecciondedatos@kronosig.com. Puede encontrar información más detallada sobre el tratamiento de datos personales en el documento Política de privacidad.