Javier Carvajal en su estudio retratado por Iñaki García

Si hablamos de nuestra arquitectura contemporánea y le añadimos la necesidad de incorporar elementos tradicionales, enseguida se nos viene a la cabeza el Neoherreriano, ese pastiche tan del gusto de la dictadura franquista y su nostalgia del gran imperio español. Una perversión estética en la que llegó a caer el mismísimo Gutiérrez Soto, que pasó de crear algunos de los mejores edificios racionalistas del país, a replicar un alcázar castellano en el Cuartel General del Ejército del Aire.

Cuartel General del Ejército del Aire de Luís Gutiérrez Soto.

Con la salvedad de La Casa Sindical, que recoge lo mejor de la arquitectura fascista italiana y lo adapta al gusto patrio, lo cierto es que el panorama de la arquitectura española con rasgos de identidad propios era bastante gris. Por eso, la aportación de Javier Carvajal tiene un valor que trasciende lo estético y su fama como proyectista. De hecho, fue un pionero y muestra de ello es su arquitectura enraizada, profundamente vanguardista y orgullosamente española. Se ve que, al final, las dos cosas eran posibles.

Casa Sindical de Cabrero y Aburto

¿Pero como llegó a ello? Sin lugar a duda, la parte más interesante del genio es desentrañar sus mecanismos internos, estudiar sus motivaciones, sus referentes y tratar de vislumbrar el momento en que su mente hizo “clic”. En el caso de Carvajal, su estancia de dos años en la Academia de Bellas Artes de Roma jugó un papel crucial: justo después de haber sido Premio Extraordinario Fin de Carrera en Madrid, el joven arquitecto llegó a a la capital italiana, donde más que probablemente tuvo la oportunidad de familiarizarse con la reinterpretación del clasicismo que habían abanderado Libera o Rossi.

Palazzo dei Congressi de Adalberto Libera.

El otro punto de inflexión llegaría justo una década más tarde, en la Feria Mundial de Nueva York de 1964. El pabellón español, diseñado por Carvajal, venía de ganar un concurso al que se presentaron Fisac, Higueras, Moneo, Sáenz de Oiza, De la Sota y Coderch, entre muchos otros. Y, una vez en la World Fair, la revista Life lo describió como “the jewel of the fair” y el Instituto de Arquitectos Americanos nombró a Carvajal miembro, entre la aclamación de colegas a uno y a otro lado del Atlántico.

Perspectiva del proyecto original de Javier Carvajal para el Pabellón de España.

En una feria marcada por una arquitectura excesivamente escénica, la sólida y sobria propuesta de Carvajal supuso una excepción. Su exterior, siempre austero, se dividía en dos franjas horizontales: abajo paredes blancas con textura, reminiscencia de la arquitectura blanca de Andalucía; y, arriba, dos volúmenes rotundos de hormigón, cuya composición lineal puede recordar a la repetición herreriana. En cuanto al interior, los espacios se sucedían a través de juegos de luces y cambios de nivel, estancias cerradas y otras abiertas a un patio central, lo que nos recuerda a los ambientes musulmanes de la Alhambra, una inspiración que resultó clave para su casa de Somosaguas.

Pabellón de España en la Feria Mundial de Nueva York.

Así, a grandes rasgos, podemos arriesgarnos a decir que, en Roma, Carvajal vio que se podía hacer una buena actualización de la arquitectura vernácula; y, en Nueva York, lo llevo a cabo de manera exquisita. La fuente, los cipreses, el patio, los techos de madera, las celosías en las ventanas, todo era de una modernidad absoluta, pero, además, de una modernidad con sentido. Una modernidad que, no por vanguardista, era ajena, porque bebía de elementos reconocibles, con una fuerza identitaria fuera de toda duda. Eso es la arquitectura enraizada.

Interior del Pabellón de España en el que destaca el diseño de las luminarias como extensión de los artesonados.

La Casa Carvajal

La Casa Carvajal recién construida.

Viendo el Pabellón Español, se entiende a la perfección el concepto que Carvajal aplicó en el diseño de su propia casa. Es más, la gestación del proyecto que nos ocupa debió de solaparse con el de la Feria de Nueva York, ya que su construcción comenzó tan solo un año después, en 1965. Y, para hacernos una idea de su importancia, cuatro años más tarde, la casa recibió el premio Fritz Schumacher, uno de los reconocimientos más prestigiosos de la arquitectura contemporánea en la era prepritzker.

Casa Carvajal.

Si tenemos que enmarcarla en un estilo y queremos ir a lo fácil, la Casa Carvajal es brutalista. Un juego de volúmenes rectilíneos de hormigón dispuestos en una sola planta que se divide en tres plataformas para adaptarse al desnivel del terreno. Hasta ahí lo evidente. Luego está todo el acervo arquitectónico que encierra y también todo el conocimiento de su autor, profesor de arquitectura desde 1954 y catedrático de Proyectos en la Escuela de Madrid desde 1965.

Planta y alzados de la Casa Carvajal.

Y en todo lo que subyace, en lo que no es tan evidente como los muros de hormigón, encontramos una curiosa planta con dos patios ajardinados; dos patios inspirados en la arquitectura hispanomusulmana que articulan y modelan la distribución interior. A este respecto, además de la propia descripción formal, cabe hablar sobre todo de lo que transmiten al visitante. Precisamente, Carlos Saura lo describió a la perfección tras rodar en ella su película La Madriguera: “No sé por qué, esa sensación de frialdad que se sentía en el exterior desaparecía cuando uno se encontraba dentro de la casa. Allí todo era más cálido. Los patios-jardines interiores hablaban de una sensualidad que huía de sus paredes hormigonadas.”

Espacio Interior de la Casa Carvajal, con el patio y los desniveles interiores.

No obstante, esa sensación de frialdad de la que habla Saura ha quedado notablemente atenuada por la vegetación. Una vegetación que, desde el principio, se planteó como parte del proyecto y que, hoy en día, se desvela como la gran protagonista, haciendo que la casa parezca parte de un estrato al descubierto, una suerte de farallón rocoso surgido de manera completamente natural.

La Casa Carvajal desde la piscina.

Pero volvamos al interior y veamos cómo se traduce esa distribución tan particular y qué tal funciona en sus recorridos y en su conexión de los espacios: nada más abrir la puerta, ya tenemos la sensación de estar entrando en un mundo particular, una sensación muy reconocible y que solo ocurre en algunas casas muy especiales, ya sea por su arquitectura, o por la personalidad de las personas que la habitan.

Patio y mueble con relieves escultóricos.

En este caso, el lugar atrapa. Apetece ir desentrañándolo y descubriendo cómo se van desvelando los espacios uno tras otro, sin perder la amplitud, ni la luz, ni la perspectiva. Si no miramos hacia atrás da la impresión de que uno podría contemplar toda la casa desde un solo punto. La fluidez de las estancias acompaña los recorridos y nos permite dibujar un ocho en torno a los dos patios centrales. Un ocho, o mejor, un infinito. Porque los límites parecen ilimitados, gracias al exterior presente en los patios y en el jardín, o por la separación de ambientes mediante ligeros cambios de nivel; apenas dos o tres escalones que siguen la pendiente del terreno y la incorporan al diseño de los interiores.

Chimenea exterior de la Casa Carvajal.

Además, llama la atención la capacidad de Carvajal para generar espacios de encuentro con los que distribuir los distintos usos, como es el caso de las salas de estar junto a los dormitorios, o en la zona de servicio. Gracias a ello, a pesar de que la casa se divide cuatro áreas -adultos, niños, servicio y social-, en ningún momento se percibe una fragmentación del espacio. Un logro al que también contribuye la naturaleza como telón de fondo y el rumor del agua en las fuentes como elemento unificador. Es en este punto donde volvemos a la sensación, esa sensación de continuidad, de universo abarcable o escultura habitable. Ese factor no medible que distingue los edificios geniales de las convencionales. Al fin y al cabo, Carvajal era de todo menos convencional; mucho menos lo fue en su casa, su mejor obra, según Campo Baeza. Nosotros no podemos estar más de acuerdo.

Vídeo de la Casa Carvajal dirigido por Cristina Rodríguez de Acuña.

FOTOS: Iñaki García, Riccardo Buddini, SeleccionARTE, Metalocus, Fundación Loewe, Wikipedia, Hombre de Palo, Cristina Rodriguez de Acuña, Valeria Ozuna, Hector Martinez J.

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