Las exposiciones universales surgieron en el siglo XIX al calor de la revolución industrial. En un mundo prácticamente incomunicado, la única manera de ver los distintos avances tecnológicos a nivel mundial era llevárselos todos a un solo país, a una sola ciudad. En las primeras exposiciones celebradas en Francia, ya se levantaban pabellones, divididos según países, como pequeñas embajadas dedicadas al arte, la ciencia y la cultura. El carácter y los logros de un país encerrados en una obra única de arquitectura efímera. Hecha para deslumbrar y, casi siempre, condenada a desaparecer.
Hoy visitamos algunos pabellones españoles a lo largo de la historia. Una pequeña muestra de lo local hecho universal; de la globalización de la arquitectura antes siquiera de que existiese la globalización. Vamos a ver qué suerte han corrido algunos de nuestros mejores escaparates ante el mundo.
En plena Guerra Civil, el gobierno de la República escogió a los arquitectos Josep Lluís Sert y Luis Lacasa para diseñar del pabellón de la Exposición Universal de París en 1937. El encargo se hizo prácticamente sin margen de tiempo y sus autores se valieron de la sencillez y la austeridad para crear una obra maestra del racionalismo español. La Expo se inauguró en mayo, pero nuestro pabellón tuvo que esperar hasta julio. Sin embargo, la capacidad de adaptación del edificio, con espacios modulables, y su construcción a partir de elementos prefabricados lo convierten aún hoy en día en un ejemplo de modernidad. Concebido como un contenedor, su distribución tuvo que adaptarse a un terreno arbolado y en pendiente, algo que no fue obstáculo para crear espacios diáfanos y polivalentes, gracias al patio auditorio y a sus tres plantas comunicadas por escaleras y rampas. Un prodigio de utilidad que fue la primera casa del Guernica de Picasso, así como de numerosas obras de arte de Miró, Calder, Julio González, o Alberto Sánchez, cuya gran escultura presidía la entrada del Pabellón (precisamente, una copia de la misma escultura se alza hoy frente al Museo Reina Sofía). Y, en cuanto al destino del Pabellón, fue derruido tras la Exposición, pero desde 1992 puedes visitar una reproducción prácticamente exacta en Barcelona.
Una España todavía autárquica y sumida en una interminable posguerra encargó a José Antonio Corrales y a Ramón Vázquez Molezún la construcción del pabellón para la Expo de Bruselas. A priori, la situación no parecía la mejor, algo que terminó de empeorar el espacio adjudicado para su construcción; un terreno con una colina en el centro y salpicado de árboles que no podían cortarse. No obstante, los arquitectos encontraron una solución perfecta, una construcción modular por repetición a base de sobrillas hexagonales de acero que se ensamblaban entre sí, haciendo crecer al edificio de manera orgánica. Los hexágonos se adaptaron a las dificultades del emplazamiento abrazando la colina y los árboles, una solución que quedaba potenciada por la altura variable de las sombrillas, cuya longitud oscilaba desde los tres metros y medio metros hasta los nueve. Fiscac dijo de esta obra: “La extraordinaria calidad del proyecto, que con total originalidad, tenía una espacialidad, un tratamiento de iluminación, y una organización estructural y constructiva rigurosamente moderna”. La organización de la Expo debía ser de la misma opinión, ya que concedió al pabellón español el primer premio, por delante de una estructura tan representativa como el célebre Atomiun. ¿Y qué fue de él? Se trasladó a la Casa de Campo, se desfiguró su planta original y hoy se encuentra abandonado y camino de la ruina.
Al contrario que los anteriores, la Expo de Shanghái llegó en un momento en que la arquitectura se encuentra en pleno proceso de globalización. Una circunstancia que para Norman Foster no significa renunciar al aspecto más representativo de cada arquitectura local: “El reto es cómo hacer que un proyecto que se comprometa con un país que tenga una identidad nacional y se convierta en un símbolo para los ciudadanos, sea al mismo tiempo una propuesta vanguardista”. En nuestra opinión, el estudio EMBT lo consiguió. Su diseño cubierto de mimbre en diversas tonalidades fue un acierto de eficiencia climática, además de conferirle un aspecto inconfundible entre todos los pabellones. En su interior, tres salas, un auditorio, un gran espacio a modo de ágora y… Miguelín, un bebé gigante que fue regalado al ayuntamiento de Shanghái para su próxima exhibición en el Museo de la Expo. ¿Y el pabellón? Tras su cierre, se recuperó como centro cultural y para el fomento de las relaciones entre China y España.