Muchos de nosotros soñamos con diseñar una casa a nuestra medida. No solo para poder adaptarla a nuestras necesidades, sino también para plasmar en ella parte de nuestra personalidad. Un anhelo que se convierte en necesidad para la mayoría de los arquitectos. Al fin y al cabo, siempre vemos sus otras casas; aquellas que no habitan, las que diseñan y construyen para otras personas.
Hoy nos centramos en los proyectos más especiales de algunos de nuestros arquitectos favoritos. Os invitamos a asomaros a las casas que diseñaron para ellos mismos. Espacios privados y, en muchos casos, desconocidos, pero representativos y llenos del carácter de sus autores. Un legado que merece ser recordado y que nos permite intuir el día a día de su arquitectura más personal.
En 1951, Niemeyer proyectó su residencia personal. Una combinación de minimalismo y organicismo que es uno de los mejores ejemplos de la arquitectura moderna brasileña. Para su construcción, el arquitecto asumió la orografía del terreno y adaptó el trazado a los desniveles, creando una serie de curvas y llevando al límite las posibilidades físicas y estéticas del hormigón armado. En su interior, las rocas de la pendiente se integran en los espacios, mientras que las cristaleras se abren a la exuberante vegetación. Un homenaje a la Casa Farnsworth de Mies van der Rohe, que se flexiona para fundirse con el paisaje y nos demuestra las enormes posibilidades plásticas de sus materiales. Pero, sobre todo, es un hogar de una belleza indiscutible.
En 1956, Fisac diseñó su casa a las afueras de Madrid. Un proyecto que adapta la distribución de espacios de la arquitectura asiática e iguala la calidez nórdica de Alvar Aalto para presentar una vivienda que destaca la naturaleza como su elemento más identificativo. El patio abierto en el proyecto inicial se cierra en la siguiente ampliación, pero conserva su estanque y su vegetación, que quedan incorporados al salón y al comedor, junto a la chimenea. Al igual que en la Casa das Canoas, las rocas del exterior penetran en la estancia y difuminan las fronteras entre el interior habitable y la naturaleza. Solo el vidrio, como una lámina invisible, recuerda el límite de lo habitable. Una relación con el terreno que también vemos en la forma en que la estructura crece y se adapta a las necesidades de la familia de Fisac a lo largo del tiempo, siempre con el patio como referencia constante. Un espacio que finalmente se cubre a modo de invernadero y del que se eliminan las cristaleras que lo separaban del interior. Por fin, dentro y fuera pasan a ser lo mismo.
Le Corbusier decía: “Tengo un castillo en la Costa Azul que tiene 3.66 metros por 3.66 metros”, una buena definición para su vivienda de vacaciones en Roquebrune Cap-Martin. Entre 1951 y 1952 se prefabricó en Córcega esta célula de habitabilidad de 16 metros cuadrados, diseñada de acuerdo al Modulor y coetánea de proyectos mucho más ambiciosos, como Chandigarh y la Unité d´Habitation de Marsella. A pesar de sus reducidas dimensiones, Le Cabanon está considerada como un resumen de toda la filosofía arquitectónica de su autor, ya que la modulación del diminuto interior, con sus muebles polivalentes integrados, sintetiza los preceptos más esenciales de la casa como machine à habiter.
Frank Ghery: Residencia Ghery.
En los 70, Frank Ghery compró una casa de los años 20, un típico bungalow californiano de dos plantas. Luego lo transformó en un prodigio del desconstructivismo residencial que nunca terminó de calar en el vecindario. Quizás el motivo fue la piel de metal galvanizado con la que el arquitecto fabricó una casa nueva sobre la casa original, conservando la estructura precedente e incluyéndola en el corazón de una segunda vivienda creciente. Desde 1978 la casa ha sufrido numerosas ampliaciones y reformas. Algunas de ellas han reducido el bungalow a los materiales que lo componen, pero entre todas ellas se mantienen las cristaleras cubistas que distorsionan el exterior y dan luz y sentido al espacio interior.