Hoy os invitamos a cruzar las fronteras con Francia y Portugal para ver qué han hecho sus Pritzker. Dos Portugal y dos Francia, justo como España. A continuación vamos a dar un paseo por la sencillez de Álvaro Siza y la rotundidad de Souto de Moura; por la pureza estética de Christian de Portzamparc y por el interminable catálogo de formas que nos ofrece Jean Nouvel.
Álvaro Siza concibe la arquitectura como “un servicio que se convierte en arte”, una afirmación que cobra todo el sentido al saber que siempre quiso ser escultor, que estudió arquitectura por no contrariar a su padre. Después de un viaje a Barcelona, volvió a Portugal enamorado de las obras de Gaudí, quizás porque acababa de entender que la conexión entre ambas disciplinas estaba más cerca de lo que él mismo pensaba: los edificios tenían mucho de escultura. Poco después, mientras cursaba sus estudios de arquitectura, la compra fortuita de una revista sobre Alvar Aalto terminó por confirmar que aquellas formas curvas del la residencia de estudiantes del MIT eran un punto de referencia. De hecho, sin mucho esfuerzo, podemos verlas en su primera obra fuera de Portugal, el edificio Bonjour Tristesse de Berlín. Una obra de referencia junto al pabellón de Portugal en la Exposición Internacional de Lisboa, la fundación Iberê Camargo en Porto Alegre, o la biblioteca municipal de Viana do Castelo; solo una pequeña muestra de el Pritzker 1992 es capaz de hacer, independientemente de la tipología del edificio. Él mismo defiende que un arquitecto tiene que saber hacer cualquier edificio, porque, según dice, es la única manera de entender cómo se relacionan los edificios con la ciudad y la ciudad en su conjunto.
Souto de Moura trabajó en el despacho de Álvaro Siza y ambos compartieron mentor: Fernando Távora, considerado padre de la arquitectura moderna portuguesa. Un buen currículum para un arquitecto que comparte una preocupación con todos los Pritkers que protagonizan este post: el papel del edificio en su entorno. Precisamente, ese cuidado lo lleva a recurrir a materiales locales, combinados con hormigón, piedra, madera y aluminio. Souto de Moura estudia cada detalle como lo hubiera hecho Mies van der Rohe, su arquitecto de referencia. De hecho, Álvaro Siza le suele decir que se parece al Mies neoplástico. En cualquier caso, sí tienen en común la cantería, por lo menos en el Estadio Municipal de Braga, obra preferida de su autor, y auténtica proeza de integración natural, con sus graderíos insertos en una cantera de granito. También merecen una visita el museo de Paula Rego, la casa en Moledo, o la casa en Ponte de Lima. Una vida de éxitos que marca el camino a seguir para el Pritzker 2011.
Antes de ejercer como arquitecto, Portzamparc colaboró con un grupo de sociólogos que investigaban las relaciones y las motivaciones de los residentes en edificios residenciales. De aquella relación surgió el convencimiento de que la arquitectura debe cumplir con su responsabilidad social. Algo que el Pritker 1994 resume en una frase que es toda una declaración de intenciones: “Siempre considero un edificio como parte de un todo, una pieza que crea una acción colectiva: la ciudad”. Sus obras reflejan bien esta filosofía compartida con Le Corbusier y su obsesión por el urbanismo. Proyectos como la Cidade das Artes de Rio de Janeiro, la Cité de la Musique de París, el One 57 de Nueva York, o la Filármonica de Luxemburgo son el ejemplo perfecto de cómo sus obras se integran y contribuyen al conjunto de la ciudad.
Al contrario que Portzamparc, Jean Nouvel siempre rechazó las directrices del racionalismo impuestas por Le Corbusier. Su formación en la escuela de Bellas Artes de París le aportó una visión amplia de la arquitectura y el diseño. Una visión libre de normas preestablecidas que le permite afrontar cada proyecto como si fuera el único. De ahí las notables diferencias que existen entre cada una de sus obras, aunque ello no entorpezca la creación de un lenguaje arquitectónico propio. Más bien es al contrario: el carácter revolucionario de Nouvel se deja sentir en cada aspecto de su vida. Desde su participación en el parisino mayo del 68, hasta su merecido premio Pritzker en 2008, podemos ver una carrera que se reinventa una y otra vez para poder cumplir con el hilo conductor de todas sus obras; la relación que tienen los edificios con el entorno. A través de sus juegos de luces, sombras y transparencias, sus contrucciones mudan de color y pasan de rotundos a etéreos, cambian con el día y se funden con el alrededor. Para comprobarlo, solo hay que echar un vistazo a la Torre Agbar de Barcelona, los Gasómetros de Viena, la ampliación del Museo Reina Sofía de Madrid, o la Sala de Conciertos de Lucerna, entre muchos más.