¿A qué te suenan Le Corbusier, Mies van der Rohe, Walter Gropius y Adolf Loos? Seguro que te vienen a la cabeza términos como racionalismo, Bauhaus, o minimalismo. Pero, ¿sabías que dos de ellos se inventaron su propio nombre o que dos eran hijos de canteros? ¿Y que solo uno recibió la aprobación de Frank Lloyd Wright? Este post es un recorrido por los logros de estos gigantes de la arquitectura moderna, pero también por su lado humano; aquel que nos ayuda a entender sus motivaciones y sus inquietudes porque el racionalismo, en contra de lo que muchos creen, es una arquitectura concebida desde la escala humana, una inspiración constante y una aspiración para cada uno de nuestros proyectos.
El título de su artículo “Ornamento y delito” es toda una declaración de intenciones y un buen resumen de los principios del racionalismo. Para Loos, hijo de un cantero, los materiales y la función de las estancias determinaban la estética del edificio. Su visión académica tomó forma en brillantes teorías arquitectónicas que contrastan con su caótica vida personal. Los fundamentos que dieron lugar al racionalismo fueron obra de un enfermo de sífilis que nunca terminó sus estudios de arquitectura, que se divorció tres veces y murió arruinado. Otro ejemplo de genio controvertido cuya personalidad parece dividirse en dos y gracias al cual disfrutamos de obras como la Casa Müller, uno de los edificios que más influyeron en Le Corbusier.
Frente a la capacidad argumentativa de Loos, Gropius decía no ser capaz de poner por escrito las ideas más sencillas. Por ello, este burgués berlinés, hijo y nieto de arquitectos, prefirió que sus edificios hablasen por él, mientras que su gran revolución arquitectónica se enriquecía académicamente gracias a la Bauhaus. Los mejores artistas e intelectuales del momento estudiaron en esta escuela fundada por Gropius, primero en Weimar, y luego en Dessau, donde él mismo diseñó la sede. Este edificio no solo se ha convertido en un icono del racionalismo, sino que sus formas plenamente vigentes materializaron las bondades de la arquitectura industrial más allá del sector fabril. Cuando Hitler cerró la Bauhaus por considerarla “la máxima expresión de un arte degenerado”, Gropius se exilió en Reino Unido y, más tarde, en Estados Unidos, donde ha dejado obras tan representativas como el edificio MetLife de Nueva York.
Charles-Édouard Jeanneret-Gris modificó su nombre adaptando el apellido de su abuelo materno -Lecorbésier- para aproximarse a la fonética de la palabra “cuervo”. A partir de ahí, nació el mito de la arquitectura moderna; un arquitecto, pintor, escultor, urbanista y teórico que se reinventó a lo largo de toda su vida para revolucionar la forma de entender los edificios y el entramado urbano. Precisamente, una concepción cercana a la de Gropius, ligada a lo industrial, fue la que motivó la machine à habiter: la casa como máquina para vivir, no solamente en el plano biológico, sino metafísico. Con conceptos tan actuales como la terraza jardín, pensada para recuperar el espacio que el edificio roba a la naturaleza, o la medida humana –modulor– para articular los espacios constructivos, no nos extraña que las obras de Le Corbusier sigan pareciendo modernas eternamente. Cincuenta años después de su muerte en las aguas del Mediterráneo, la arquitectura contemporánea ha incorporado las directrices del gran arquitecto francosuizo como parte indisoluble de su esencia.
Ludwig Mies decidió conservar el apellido materno y se inventó un “van der” para unirlo y así homenajear a sus antepasados holandeses. Una actitud que choca con su frase más célebre, convertida hoy en mantra del minimalismo más acérrimo. Pero no es el nombre lo importante, sino su formación como hijo de cantero. Al igual que Loos, la cantería le permite poner en valor la calidad de los materiales por encima de cualquier ornamentación, algo de lo que hizo bandera durante su etapa como segundo director de la Bauhaus. La preocupación por el detalle y las terminaciones no solo abarca su obra arquitectónica, sino también algunos de sus muebles más célebres, como la silla Barcelona, creada para el pabellón alemán de la Exposición Universal de 1929. Ensalzado por su admirado Frank Lloyd Wright frente a Le Corbusier o Gropius, hoy en día, sus obras de arquitectura horizontal, como la Casa Farnsworth, y sus aportaciones a la arquitectura vertical, como el edificio Seagram, parecen haber sido diseñadas en la actualidad.
Al igual que Le Corbusier, desde Kronos Homes creemos que la casa debe servir para vivir en el más amplio sentido de la palabra. Los edificios que habitamos deben hacernos felices y para ello han de ser funcionales, una funcionalidad capaz de potenciar la estética. Por eso estamos de acuerdo con Loos: si la calidad de los materiales es la idónea, no hace falta nada más.
Según Mies, “Dios está en los detalles” y, en consecuencia, hay que cuidar hasta lo más pequeño si queremos que el conjunto sea excepcional. Esas son nuestras aspiraciones, los sueños que compartimos con los grandes arquitectos racionalistas, pero, como hizo Gropius, dejaremos que sean nuestras obras las que hablen por nosotros.
Créditos fotografías: Le Corbusier, Emaze, Dezeen, Historic New England