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Archilovers

La revolución de los barrios mutantes

Desde Chueca al Barrio de Salamanca no hay más de diez minutos andando. Esta frase, que podría ser una perogrullada, esconde en su sintaxis más de lo que parece. Porque, precisamente andando, las ciudades nos parecen entes inamovibles, calles como fronteras que separan invisiblemente mundos enfrentados. Sin embargo, son mundos en constante transformación, capaces de reinventarse sin que apenas nos demos cuenta.

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Poca gente se aventuraba por las tortuosas calles de Chueca o Malasaña en los 80. Sobre todo, de madrugada y hasta bien entrada la mañana. Lo que ahora nos parecen pintorescas calles que esconden rincones encantadores eran antes bien distintas. El sinuoso trazado y su estrechez era el escenario perfecto para el mundo de la droga, las reyertas y los ajustes de cuentas. Estos dos barrios tan trendies se movían en un ambiente de suciedad y penumbra imposible de imaginar hoy en día.

Fachadas grises, casas vencidas por la dejadez y la humedad y una población envejecida que asistía impotente a la degradación de su entorno más próximo. No poder salir de casa sin mirar antes a izquierda y derecha… Es como si nunca hubiera ocurrido. Las terrazas se suceden entre plazas ajardinadas, una vecindad diversa llena las calles y va de comercio en comercio bajo la mirada de aquellas mismas casas grises, ahora vestidas de colores cálidos y tonos pastel.

Todo empezó en Chueca, cuando muchos jóvenes comenzaron a comprar y remodelar aquellas viejas casas que nadie quería. Su visión cosmopolita y la movilización del movimiento LGTB hicieron el resto. Poco a poco, los comercios volvieron a abrir sus puertas, esta vez con modelos de negocio nunca vistos en nuestro país, ofreciendo productos innovadores y satisfaciendo las necesidades de un público moderno y abierto a nuevas tendencias.

 

El movimiento se extendió al vecino barrio de Malasaña y, poco a poco, va transformando el castizo distrito de Lavapiés. Mientras tanto, Madrid Río y las naves de Matadero son agentes de cambio para Legazpi y Arganzuela. Y hacia el Oeste, a medida que el proyecto fluvial avanza y con un más que previsible soterramiento del paseo de Extremadura, el futuro mira con buenos ojos a esa parte de La Latina que llamamos Campamento.

 

La capacidad que han tenido estos barrios para reinventarse es una tendencia a nivel mundial, una muestra más de lo mucho que nos queda por aprender de las ciudades como organismos vivos. Los movimientos vecinales, la fuerza de los ciudadanos y su poder para revolucionar el urbanismo y la arquitectura marcan la revitalización de las modernas urbes. Algún día nos sorprenderemos pensando en mudarnos a zonas de las que una vez dijimos: “¿Yo? ¿Ahí?”.

 

Créditos fotografías: Kilómetros que cuentan, Madrid Cool Blog

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